De joven, vagabundo, más tarde, buscador de oro, perlas e
ideas, en la madurez aventurero de cuerpo y alma, John Griffith London, escritor de aventuras norteamericano, nacido en 1876 en Oukland (California), fue el creador de narraciones como La
llamada de la selva (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906), Martin
Eden (1909), Relatos de los mares del sur
(1911) o El Valle de la Luna (1913).
En sus últimos 16 años, London escribió más de 40 obras,
algunas de ellas autobiográficas, bajo el nombre de protagonistas como Martin
Eden o John Barleycorn.
En sus cuentos, relatos y novelas irrumpen la acción, la
violencia, la virilidad y el heroísmo con un fondo de imaginación y fantasía,
que revela desde la belleza de las flores y las aves del mar hasta la crudeza
de las heladas del Polo Norte. En su
escritura, invaden también la pasión, el ímpetu, un estado anímico con
frecuentes altos y bajos, y una gran facilidad para fabular, tanto a nivel de
invención como de expresión.
Su vigor y fuerte vitalidad acompañan aspectos como
la impulsividad, el arrojo y la falta de autocontrol, que se observan tanto en
su escritura inclinada, lanzada,
desproporcionada y con jambas largas de base angulosa, como en sus propias
hazañas, no sólo en busca de dinero fácil, y utilizadas más tarde en sus
narrativas, sino también como
corresponsal de guerra en Asia y cubriendo la revolución mejicana.
A pesar de la opinión pública que, en su mayoría, pensaba que London era un tipo rudo, salvaje y amante de la brutalidad,
con una clara habilidad literaria, pero con
las carencias típicas del autodidacta sin preparación, Jack era, ante todo un
soñador y un idealista. Su grafismo
(escritura grande, desproporcionada, jambas largas, presencia de inflados
en zona superior de las mayúsculas y barras y puntos altos) coincide con sus
propias palabras al decir: “Cuando era pequeño
creía en los antiguos mitos que
formaban parte del niño estadounidense. Un niño del canal podía
llegar a ser presidente. Cualquier niño que trabajara en cualquier empresa, si
era austero y tenía energía y sensatez, podía aprender el oficio y subir en la
jerarquía hasta ser aceptado como socio minoritario. Y sólo era cuestión de
tiempo llegar a ser socio principal”.
No obstante, con el paso del tiempo y tras ciertos
desengaños, London acabó decepcionado de su idealismo político (escritura
acerada, descendente, muy inclinada y con mayúsculas regresivas), manifestando: “Yo ya he hecho mi parte. El socialismo me
ha costado cientos de miles de dólares. Cuando llegue el momento, me voy a
quedar en mi rancho y voy a dejar que la revolución se vaya al diablo”.
Las barras largas de la “t”y los finales acerados
explican su facilidad de expresión tanto oral como escrita, y si a ello unimos
la sinuosidad de las líneas se dejarán entrever la curiosidad y la avidez por
saber y conocer, y que confirman las propias palabras del escritor: “La curiosidad siempre me había
dominado…quería saber, y ese deseo era lo que me había impulsado a viajar por
el mundo”.
Se observan en la página ciertas muestras de abandono y
falta de afecto (escritura angulosa, descendente, acerada, óvalos angulosos,
mayúsculas
cerradas) que el escritor confirma diciendo: “Siempre había estado hambriento
de amor. Mi naturaleza lo anhelaba. Era una
necesidad orgánica de mi ser. Sin embargo,
nunca lo había tenido y me había endurecido. No
había sabido que necesitaba amor y lo desconocía aún”.
La mejor prueba de su resentimiento, incluso rencor,
canalizado sobre todo hacia los editores que renunciaban publicar sus obras
iniciales y que guardaría hasta el final de sus días, figura tanto en su
escritura (inclinada, lanzada, acerados y óvalos estrechos angulosos) como en
sus palabras: “la principal aptitud del
noventa y nueve por ciento de los editores es su fracaso. Han fracasado como
escritores… Ahí está la maldita paradoja. Las puertas que conducen al éxito
literario están guardadas por esos perros guardianes, los fracasados
literariamente”.
A nivel social Jack era hospitalario, desprendido
y propenso al derroche siempre que acabara de cobrar una de sus novelas y no
estuviera arruinado por las deudas acumuladas (grande, progresiva, óvalos
abiertos por cresta y finales dextrógiros), aunque también bastante proclive a
ostentar de sus últimas adquisiciones (desproporcionada, sobrealzada, extensa,
presencia de inflados y finales largos, primer montículo de la M de altura
superior). Podía acoger cada noche en su rancho hasta una docena de invitados y
decir a los críticos: “Si en alguna
ocasión está por California, pásese y visítenos a mi mujer y a mí en nuestro
rancho y le mostraremos lo que es la camaradería, el compañerismo y la
felicidad conyugal”.
Otra manifestación de Jack revela su interés monetario
(jambas largas e infladas y trazos iniciales en zona inferior), el grado de
franqueza y su costumbre a hablar sin ambages (barras largas de la “t” y
finales de palabra acerados): “Lo que
quiero es dinero o más bien lo que el dinero puede comprar: aunque lo más
probable es que nunca llegue a tener demasiado. Si el dinero viene con la fama,
que venga la fama; si el dinero viene sin la fama, entonces bienvenido sea el
dinero”.
Los estados de ánimo fluctuantes, la volatilidad extrema
y la personalidad anárquica y contradictoria
se distinguen en su página a través de la escritura extensa, lanzada e
inclinada frente a un margen estrecho, la dirección descendente y los finales
caídos, sin dejar de lado su mejor autorretrato plasmado en la firma en línea
convexa. Expresiones como: “Con mis
propias manos había cumplido con mi deber al
timón y había dirigido cien toneladas de madera y hierro a través de varios
millones de toneladas de viento y olas… Cuando he hecho algo así, me exalto. Me
pongo eufórico”, frente a “No veía ningún motivo para vivir. Todo lo
que respiraba era fracaso. Si fracasase en el intento de escribir ya no había
nada más que hacer”, atestiguan los cambios de humor y de opinión de Jack
que, en pocas horas, pasa de ser socialista a comportarse como un burgués o de
querer vivir cien años a querer segarse la vida.
Asimismo,
afloran en su escritura rasgos de autoagresión y tendencia al suicidio, como
los óvalos angulosos, las ba-rras regresivas y/o descendentes, las jambas de
base angulosa, los finales caídos y apoyados o las comas pene-trantes. Afirma el
mismo autor: “He estado considerando fríamente la posibilidad del suicidio, como un
filósofo griego. Tan obsesionado estaba con el deseo de morir, que tenía miedo
a hacerlo pegándome un tiro en sueños, de manera que me obligué a darle mi
revólver a alguien”.
No podemos terminar nuestro retrato hablado sin la que
sería una de sus principales declaraciones:
“De vez en cuando en periódicos, revistas y diccionarios biográficos me topo
con retratos de mi vida, con cuya sutil lectura descubro que me convertí en
vagabundo para estudiar sociología. La conclusión de los biógrafos, aunque muy bonita y amable, es errónea. Yo me hice vagabundo por la
cantidad de vida que había dentro de mí, por la pasión por los viajes que
llevaba en mi sangre y que no me dejaba tranquilo… emprendí el camino porque no
pude evitarlo, porque no llevaba dinero en mis tejanos para el billete de tren,
porque no era de la misma pasta que los que
trabajan toda la vida en una sola y larga
jornada laboral; porque era simplemente
más fácil hacerlo que no hacerlo”.
Jack, nuestro intrépido aventurero, amante del riesgo y un gran buscador de
tesoros y conflictos, vivió una vida corta, pero apasionante y
llena. No obstante, nunca llegó a tener todo lo que su corazón anhelaba.
Maria Josep Claret
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