lunes, 6 de febrero de 2017

JACK LONDON








De joven, vagabundo, más tarde, buscador de oro, perlas e ideas, en la madurez aventurero de cuerpo y alma, John Griffith London, escritor de aventuras norteamericano, nacido en 1876 en Oukland (California), fue el creador de narraciones como La llamada de la selva (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906), Martin Eden (1909), Relatos de los mares del sur (1911) o El Valle de la Luna (1913).

En sus últimos 16 años, London escribió más de 40 obras, algunas de ellas autobiográficas, bajo el nombre de protagonistas como Martin Eden o John Barleycorn.

En sus cuentos, relatos y novelas irrumpen la acción, la violencia, la virilidad y el heroísmo con un fondo de imaginación y fantasía, que revela desde la belleza de las flores y las aves del mar hasta la crudeza de las heladas del Polo Norte. En su escritura, invaden también la pasión, el ímpetu, un estado anímico con frecuentes altos y bajos, y una gran facilidad para fabular, tanto a nivel de invención como de expresión.

Su vigor y fuerte vitalidad acompañan aspectos como la impulsividad, el arrojo y la falta de autocontrol, que se observan tanto en su escritura inclinada, lanzada, desproporcionada y con jambas largas de base angulosa, como en sus propias hazañas, no sólo en busca de dinero fácil, y utilizadas más tarde en sus narrativas, sino también como corresponsal de guerra en Asia y cubriendo la revolución mejicana.

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A pesar de la opinión pública que, en su mayoría, pensaba que London era un tipo rudo, salvaje y amante de la brutalidad, con una clara habilidad literaria, pero con las carencias típicas del autodidacta sin preparación, Jack era, ante todo un soñador y un idealista. Su grafismo (escritura grande, desproporcionada, jambas largas, presencia de inflados en zona superior de las mayúsculas y barras y puntos altos) coincide con sus propias palabras al decir: “Cuando era pequeño creía en los antiguos mitos que formaban parte del niño estadounidense. Un niño del canal podía llegar a ser presidente. Cualquier niño que trabajara en cualquier empresa, si era austero y tenía energía y sensatez, podía aprender el oficio y subir en la jerarquía hasta ser aceptado como socio minoritario. Y sólo era cuestión de tiempo llegar a ser socio principal”.

No obstante, con el paso del tiempo y tras ciertos desengaños, London acabó decepcionado de su idealismo político (escritura acerada, descendente, muy inclinada y con mayúsculas  regresivas), manifestando: “Yo ya he hecho mi parte. El socialismo me ha costado cientos de miles de dólares. Cuando llegue el momento, me voy a quedar en mi rancho y voy a dejar que la revolución se vaya al diablo”.

Las barras largas de la “t”y los finales acerados explican su facilidad de expresión tanto oral como escrita, y si a ello unimos la sinuosidad de las líneas se dejarán entrever la curiosidad y la avidez por saber y conocer, y que confirman las propias palabras del escritor: “La curiosidad siempre me había dominado…quería saber, y ese deseo era lo que me había impulsado a viajar por el mundo”.

Se observan en la página ciertas muestras de abandono y falta de afecto (escritura angulosa, descendente, acerada, óvalos angulosos, mayúsculas cerradas) que el escritor confirma diciendo: “Siempre había estado hambriento de amor. Mi naturaleza lo anhelaba. Era una necesidad orgánica de mi ser. Sin embargo, nunca lo había tenido y me había endurecido. No había sabido que necesitaba amor y lo desconocía aún”.

La mejor prueba de su resentimiento, incluso rencor, canalizado sobre todo hacia los editores que renunciaban publicar sus obras iniciales y que guardaría hasta el final de sus días, figura tanto en su escritura (inclinada, lanzada, acerados y óvalos estrechos angulosos) como en sus palabras: “la principal aptitud del noventa y nueve por ciento de los editores es su fracaso. Han fracasado como escritores… Ahí está la maldita paradoja. Las puertas que conducen al éxito literario están guardadas por esos perros guardianes, los fracasados literariamente”.

A nivel social Jack era hospitalario, desprendido y propenso al derroche siempre que acabara de cobrar una de sus novelas y no estuviera arruinado por las deudas acumuladas (grande, progresiva, óvalos abiertos por cresta y finales dextrógiros), aunque también bastante proclive a ostentar de sus últimas adquisiciones (desproporcionada, sobrealzada, extensa, presencia de inflados y finales largos, primer montículo de la M de altura superior). Podía acoger cada noche en su rancho hasta una docena de invitados y decir a los críticos: “Si en alguna ocasión está por California, pásese y visítenos a mi mujer y a mí en nuestro rancho y le mostraremos lo que es la camaradería, el compañerismo y la felicidad conyugal”.    

Otra manifestación de Jack revela su interés monetario (jambas largas e infladas y trazos iniciales en zona inferior), el grado de franqueza y su costumbre a hablar sin ambages (barras largas de la “t” y finales de palabra acerados): “Lo que quiero es dinero o más bien lo que el dinero puede comprar: aunque lo más probable es que nunca llegue a tener demasiado. Si el dinero viene con la fama, que venga la fama; si el dinero viene sin la fama, entonces bienvenido sea el dinero”.

Los estados de ánimo fluctuantes, la volatilidad extrema y la personalidad anárquica y contradictoria se distinguen en su página a través de la escritura extensa, lanzada e inclinada frente a un margen estrecho, la dirección descendente y los finales caídos, sin dejar de lado su mejor autorretrato plasmado en la firma en línea convexa. Expresiones como: “Con mis propias manos había cumplido con mi deber al timón y había dirigido cien toneladas de madera y hierro a través de varios millones de toneladas de viento y olas… Cuando he hecho algo así, me exalto. Me pongo eufórico”, frente a “No veía ningún motivo para vivir. Todo lo que respiraba era fracaso. Si fracasase en el intento de escribir ya no había nada más que hacer”, atestiguan los cambios de humor y de opinión de Jack que, en pocas horas, pasa de ser socialista a comportarse como un burgués o de querer vivir cien años a querer segarse la vida.

Asimismo, afloran en su escritura rasgos de autoagresión y tendencia al suicidio, como los óvalos angulosos, las ba-rras regresivas y/o descendentes, las jambas de base angulosa, los finales caídos y apoyados o las comas pene-trantes. Afirma el mismo autor: “He estado considerando fríamente la posibilidad del suicidio, como un filósofo griego. Tan obsesionado estaba con el deseo de morir, que tenía miedo a hacerlo pegándome un tiro en sueños, de manera que me obligué a darle mi revólver a alguien”.

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No podemos terminar nuestro retrato hablado sin la que sería una de sus principales declaraciones: “De vez en cuando en periódicos, revistas y diccionarios biográficos me topo con retratos de mi vida, con cuya sutil lectura descubro que me convertí en vagabundo para estudiar sociología. La conclusión de los biógrafos, aunque muy bonita y amable, es errónea. Yo me hice vagabundo  por la cantidad de vida que había dentro de mí, por la pasión por los viajes que llevaba en mi sangre y que no me dejaba tranquilo… emprendí el camino porque no pude evitarlo, porque no llevaba dinero en mis tejanos para el billete de tren, porque no era de la misma pasta que los que trabajan toda la vida en una sola y larga jornada laboral;  porque era simplemente más fácil hacerlo que no hacerlo”.

Jack, nuestro intrépido aventurero, amante del riesgo y un gran buscador de tesoros y conflictos, vivió una vida corta, pero apasionante y llena. No obstante, nunca llegó a tener todo lo que su corazón anhelaba.

Maria Josep Claret






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