domingo, 30 de septiembre de 2018

Grace Kelly


Mirando al 125 de la calle Nueve Oeste en el Greewich Village de Nueva York, llama la atención un apartamento con un amplio salón y un escritorio donde una señorita, vestida con elegancia, de pelo cobrizo y melena cortada a lo garçon escribe una larga carta sobre papel blanco y con tinta azul.
Los anteojos permiten ver una escritura femenina, sencilla, totalmente legible y bien encuadrada, que revela organización, formalidad y entrega a su trabajo. Asimismo, la sobriedad y la naturalidad son cualidades que se suelen entrever en escrituras claras y sin ornamentos, ponderadas, con guirnaldas y sin trazos de ocultamiento.


La escritura es sencilla, apretada, contenida, vertical con ejes algo invertidos y óvalos cerrados en su mayoría, de lo cual se deducen introversión y timidez, como también se deducen de sus propias palabras: “Me cuesta abrirme hasta que conozco a la gente. Hace un año, cuando me preguntaban “¿Qué me cuentas?” me quedaba de piedra. Ahora reacciono un poco mejor, pero todavía no estoy curada del todo”.
Era tal su grado de reserva e inhibición que, en diversas ocasiones, Grace era de las personas que podía sentirse incómoda e incluso cohibida cuando los demás le mostraban su admiración (interpalabras excesivos, sobria, apretada, contenida, suspendida y óvalos cerrados). “En mi primer encuentro con Hitchcock (junio 1953), -decía Grace- estaba nerviosa y cohibida, pero él se mostró amabilísimo y enseguida logró que me relajara”.

Sobresalen la amabilidad, la delicadeza y la generosidad, visibles en la escritura curvilínea, grande, buenos márgenes, vertical sin rigidez y con presencia de guirnaldas. No obstante, incluyendo la cohesión agrupada, la combinación de arcos y guirnaldas, los espacios interpalabras anchos y el justo espacio interlíneas podemos incorporar a nuestro análisis una sociabilidad calculada y un saber estar, producto de su afabilidad, cautela y moderación, en cuanto al trato con los demás.
La modestia y el respeto son inconvenientes a primera vista en su papel de actriz, aunque también pueden ser beneficiosos a la larga, tal vez supuestos de antemano por una inteligencia calculadora y reflexiva, que suelen resaltar en una grafía ordenada, ponderada, sobria, contenida y baja, incluidas mayúsculas y barras de la “t”. Eran expresiones usuales de Kelly: “Mi paso por Hollywood fue tan breve, y todo ocurrió tan deprisa que no creo que consiguiera nada de lo que sentirme orgullosa” o “Llevaba dos años oyendo decir que era demasiado alta para tal o cual papel, hasta en la Academia. Por suerte Raymond Massey y Mady Christians también eran altos. De haber sido sólo un poco más bajos, estoy segura de que no me habrían dado el papel”.
Acompañan a su pensamiento reflexivo y calculador, los momentos repentinos de duda e incertidumbre (grafía inhibida, suspendida, progresivo-regresiva, mayúsculas separadas y puntos atrasados), unas veces con soluciones dóciles, otras, concluidos por episodios de rebeldía y amor propio: “Si no puedo labrarme una carrera con mis propios medios, prefiero no tener ninguna”.
Su imagen de persona fría y altiva queda desmentida por el análisis grafológico (escritura curvilínea, donde predomina la zona media, las guirnaldas, la redondez de los óvalos, las mayúsculas bajas y la discreción en la talla de la firma) y perfectamente razonada por sus propias palabras al justificar su mirada alta y sus párpados entrecerrados: “Era tan corta de vista que sin gafas no veía a tres metros”.
La melancolía y la soledad coexistían tanto en la pantalla como en su auténtica personalidad. En sus cartas destacan el predominio de la curva, la escritura blanda o floja, los empastes y los espacios interpalabras amplios. Tal vez la causa de ambas sea en nuestro escrito (1962) el añorar el arte de la interpretación. Fue en ese mismo año cuando Hitchcock le propuso ser la protagonista de Marnie la ladrona que, por varios motivos, la Princesa nunca consiguió.
A pesar de la modosidad y del retraimiento que desprendía normalmente la actriz, muchos veían latente una carga sensual y sexual que se hace visible a través de su escritura por la redondez y la presión recargada en las zonas media e inferior de las letras. Alfred Hitchcock reconocía: “La sutileza de la sexualidad de Grace, su elegante sensualidad, me resultaba de lo más atractiva. Aunque parezca raro, creo que Grace transmitía mucha más carga sexual que cualquiera de las “diosas del erotismo” de la pantalla. La diferencia estaba en que con ella, esa carga sexual había que encontrarla, descubrirla”.
No debemos prescindir de su nivel de moralidad y lealtad, fruto de una inflexible educación familiar católica, y justificadas no sólo sobre el papel (escritura ordenada, clara, curvilínea, regular, sobria, pausada y puntas romas), sino también en su comportamiento con su director preferido, con su marido y con el pueblo monegasco.
“Me gustaría que se me recordara como una persona que logró algo en la vida, que fue buena y cariñosa. Me gustaría dejar tras de mí el resultado de un ser humano que se comportó correctamente e intentó ayudar a los demás”. Estas fueron las palabras de la Princesa de Mónaco en su última entrevista, tres meses antes de su muerte, el 22 de julio de 1982.

Maria Josep Claret / Montserrat Edo
Las Flores de Bach y la escritura




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