domingo, 7 de octubre de 2018

Marlene Dietrich

Inició su carrera teatral en el Berlín de los cabarets y los teatros nuevos, de los cafés de artistas y de las mujeres de vida alegre. Uno de sus mayores admiradores, Adolf Hitler, quiso convertirla en la estrella del Reich, pero su animadversión hacia él y hacia el nazismo le llevó a rechazar la invitación de Goebbels, aunque no sin pensarlo dos veces, ya que Dietrich había urdido un plan para liquidar al Fürer, entrando en sus estancias ligera de ropa y envenenarlo con una horquilla emponzoñada. Contrariamente a todos sus propósitos, el plan nunca llegó a ningún fin.

Saliendo del anecdotario y entrando en el análisis de la carta expuesta, la escritura denota amor propio, valor, rigidez, amargura, firmeza de voluntad y afán de lucha, aún con 87 años de edad.
Marlene era persona de gran fortaleza interna y alto caudal energético, pero sobre todo de mucha resistencia, rasgos deducibles gracias al predominio del ángulo, la presión firme, el trazo nutrido y los triángulos en barras y jambas. Ella misma decía: “Mi grandeza no reside en no haber caído nunca, sino en haberme levantado siempre”.
En apreciación de valores, el sentido común y la imparcialidad formaban parte de sus mejores cualidades. Decía la “actriz de cabaret”: “La imaginación exagera, la razón subestima, el sentido común modera”. Como podemos observar, en su grafía no existen curvas ni ornamentos exuberantes que denoten una gran imaginación o fantasía, pero tampoco rectitudes, frenos o contracciones de solitario razonamiento.
Desde la infancia, su madre Josefine le enseñó a estar ocupada todo el tiempo. Además de sus clases escolares, asistió a literatura, idiomas, música y tareas domésticas. Una actitud positiva, la disciplina, la responsabilidad y la preservación de la dignidad eran componentes de su severa educación que se convertirían en los principales distintivos de su carácter, acompañándola durante toda la vida (escritura grande, angulosa, vertical, sobrealzada, firme y rígida). Como ella decía: “Mi madre era como un eficiente general. Seguía las reglas que ella misma establecía y que nos transmitía, acompa-ñadas de un buen ejemplo, con el que nos demostraba que la tarea era realizable. No había nada de qué enorgullecerse al llevarla a cabo con éxito… Las reglas eran férreas, inamovibles e inalterables”.



En su comportamiento destaca una actitud de autoconfianza y recelo hacia los demás, visibles gracias al gran tamaño, la verticalidad, la presión dura y la rigidez del grafismo, así como a las mayúsculas sobrealzadas y separadas de la letra siguiente. Uno de sus argumentos era: “Donde con toda seguridad encontrarás una mano que te ayude será en el extremo de tu propio brazo”.
Había sido concertista de violín, aunque se vio obligada a retirarse por una lesión en la muñeca y a los 21 años tuvo la revelación de que quería ser actriz, inscribiéndose en la Escuela Dramática Max Reinhardt de Berlín. No había tenido instrucción en arte escénico ni control ninguno sobre la voz, y nunca fue aceptada allí como estudiante. No obstante, las contrariedades de la vida y los rechazos nunca frenaron sus deseos y esperanzas, su fórmula era “Habrá otras formas de llegar al objetivo”. A nivel grafológico, la tenacidad, el inconformismo y la obstinación que tan bien la caracterizaban quedan reflejados a través de la angulosidad, la firmeza, la rigidez, los sobrealza-mientos, los óvalos cerrados y las barras de la “t” masivas y en descenso o en golpe de sable.
Junto a dichas propiedades no son de extrañar ciertas muestras de brusquedad, descortesía o insolencia, tanto en las formas angulosas y rígidas como en las puntas agudas de los triángulos o en los finales acerados. En su lecho de muerte, le dijo al sacerdote: “¿Puede decirme de qué tengo que hablar con usted? ¡En poco tiempo podré hablar con su jefe!”.
A nivel emotivo, Marlene era de las que se enamoraban con facilidad, y su conducta y los rituales de la vida cotidiana, todo estaba supeditado a la necesidad de hombres. Su actitud seductora atrapaba con soltura al elegido, y su mirada fría y penetrante producía fascinación tanto en hombres como en mujeres, atraídas éstas por la moda del negro total y de los pantalones femeninos. Sin embargo, en su vida amorosa se solía cruzar el problema de los celos. No en vano en sus esquinados escritos advertimos: sobrealzamientos, regresiones, mayúsculas separadas y plenas, bucles en la base de la “H” o la “L”, y una firma prototipo de gran tentación.
Al ver reflejada su avanzada edad en los espejos de su casa de Avenue Montaigne, su orgullo y un sentido agotamiento reaccionaron bajando las persianas para no dejarse ver en público nunca más, entrando así en un periodo de clausura. No obstante, la desaprobación de sus límites hizo que nunca dejara de relacionarse, vía telefónica, con los poderosos y populares de la sociedad. Marlene Dietrich murió en París en 1992 a los 90 años con todo su valor y dignidad.

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