Como observador fervoroso de Juan Pablo II, no he podido por menos admirarme al examinar su rostro y su escritura, antes y después de ocupar la silla de Pedro. La capacidad de adaptación que ha mostrado sorprende y admira a la vez.
Si partimos de la realidad que ha vivido –en un país comunista, manejando la diplomacia sin faltar a sus creencias y sus deberes– podremos hacernos una idea de cautela, la prudencia y la defensa de su intimidad. Y al cambiar el ambiente, al convertirse en una de las primeras figuras universales y el padre espiritual de todos los creyentes, es natural que su psicología sufra una transformación, una hermosa mutación, de la desconfianza a la apertura.
Si examinamos sus firmas de cardenal y las compa-ramos con la actual firma, podremos hacernos idea del cambio operado: Wojtyla representa la opresión en un régimen no católico y Juan Pablo II es el resultado de la apertura y la liberación psicológica y espiritual que vive.
¿Cómo es este hombre que arrastra multitudes, que mantiene los principios firmes y que todo lo gana con su simpatía y bondad? Voy a tratar de responder haciendo una pintura de nuestro Papa, felizmente reinante.
Psicología de Juan Pablo II
Se advierte una notable agilidad y viveza en las funciones mentales superiores. Su mente, además de lúcida, es penetrante, aguda, observadora y con capacidad analítica. Esto le hace calar profundamente en los demás, es un psicólogo nato que une lógica e intuición con una gran carga de humanidad: todo ello es lo que le hace llegar a las multitudes.
Es más afectivo que razonador, en el sentido de que el corazón va por delante de la mente. Ello no le priva de objetividad, pues como ya he avanzado, lo único que logra es suavizar sus determinaciones. La reflexión y las decisiones rápidas logran una gran eficacia, sin luchas, además de contundencia en sus determina-ciones.
La actividad dinámica se une a la euforia entusiasta que pone una nota de jovialidad a sus actividades y trabajos. No conoce las barreras, no se resigna al ‘no’ por respuesta, sabe sacar fuerzas de flaqueza para llevar adelante sus iniciativas y superar dificultades y obstáculos.
Sabe estar en su puesto. Es capaz de imponerse o someterse. Sólo una persona como él, dueño de sí mismo, puede después mandar en los demás, pasto-rearlos –utilizando un término evangélico–brillante-mente.
Su mayor fuerza es irradiante, generosa, realizadora. Es un hombre de obras, y acciones, en el trabajo se encuentra a sí mismo.
Como ya he avanzado en la introducción, apare-ce cautela y prudencia en esta personalidad superior. Pero siempre mucho menos de lo que él mismo quisiera. Su plano consciente está luchando por vencer la extraversión, por hacerse cerrado e impenetra-ble. Esto puede producir luchas o tensiones internas.
Los términos idealismo, espiritualidad, sublimación de lo instintivo, están perfectamente marcados o acentuados en esta personalidad equilibrada y a la vez sensible, delicada y atenta.
Tiene fe en sí mismo, en sus planes y proyectos, y seguramente también podríamos poner la Fe con mayúsculas a juzgar por sus inquietudes de tipo espiritual.
No le falta fuerza, empuje y eficacia para llevar adelante sus planes y proyectos.
De Wojtyla a Juan Pablo II
Al ser designado Pontífice, al aceptar el Papado comienza una nueva etapa de su vida. Las escrituras y sobre todo sus firmas actuales le muestran con un sereno aplomo y una tranquilidad de espíritu envidiable. Poco a poco notamos que se ha ido abriendo con una gran seguridad.
Tanto su escritura –y sobre todo su firma– ha ido superando las señales de evasión, de astucia, representadas en esas diplomáticas rayas en filiforme que vemos en sus firmas de Cardenal.
Y es que también su mirada, siempre profunda, es cada vez más clara. Esos ojos oscuros, engarzados en el rostro con fuerza, afloran confiados a pesar de las agresiones que ha sufrido su cuerpo y las tensiones políticas en las que se ve inmerso. Ya no necesita seguir el consejo del Maestro: ‘Sed astutos como las serpientes y mansos como los corderos’. No teme a la muerte del cuerpo, el miedo anterior era por la salvaguarda de su fe, de su alma inmortal.
Ahora, las ventanas de su espíritu –los ojos, reflejo de nuestro interior– ríen y sus labios antes duros y tensos –manifestación de lucha y renuncia– se suavizan paternalmente y se endulzan como vehículo de la Palabra.
Espero que en las ilustraciones que acompañan este trabajo, escrituras de diversas épocas, se pueda ver lo que explico. Las fotografías que generosa-mente nos ofrece la prensa y revistas de toda condición, nos ayudarán a ver esta mutación fisonómica a la que me he referido.
ⓒ Revista Trazos 55 /ARGA-Grafología

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